Los Asaro
Utilizando una arcilla de un
blanco muy puro (para muchos pueblos de piel oscura el color blanco es
el color de la muerte) se fabricaron máscaras horrendas a cual más
terrorífica. Cada individuo, puso toda su voluntad y utilizó sus
actitudes plásticas para crear la más siniestra máscara de arcilla. Una
vez que las máscaras estuvieron acabadas, esperaron la llegada de la
noche y se encaminaron en busca del poblado enemigo. Cuando la luz de
las hogueras les indicó la proximidad del poblado, embadurnaron sus
cuerpos con barro y encendieron las antorchas. El enemigo les doblaba en
número y la única posibilidad de victoria pasaba por infringirles el
mayor miedo posible.
De nacarado blanco y
resplandeciente pavor demoniaco, efigie de terror depositaria del
anonimato del guerrero, la máscara de un joven de la tribu asaro,
termina diluyéndose en pos de la corriente del río como si el busto de
la propia muerte lavara sus miedos en el cauce tranquilo del arroyo.
Un rostro terrorífico puede causar pavor y un miedo irrefrenable. Un rostro desfigurado, iluminado por la tenue luz de la luna llena o el fulgor centelleante de una antorcha, es capaz de doblegar la fortaleza de un hombre y, si son muchas máscaras las que irrumpen en la noche, incluso ganar batallas y derrocar a los más acérrimos enemigos.
Un rostro terrorífico puede causar pavor y un miedo irrefrenable. Un rostro desfigurado, iluminado por la tenue luz de la luna llena o el fulgor centelleante de una antorcha, es capaz de doblegar la fortaleza de un hombre y, si son muchas máscaras las que irrumpen en la noche, incluso ganar batallas y derrocar a los más acérrimos enemigos.